jueves, 16 de enero de 2014

Fantasías nacionalistas en Extremo Oriente

Fantasías nacionalistas en Extremo Oriente
Ian Buruma

Ian Buruma

No parecen gran cosa, unos pocos peñascos yermos en el mar de China Oriental, entre Okinawa y Taiwán, y un par de diminutos islotes en el mar de Japón en los que solo habitan unos pocos pescadores y algunos oficiales de la guardia costera surcoreana. El primer grupo de tierras, que en Japón llaman islas Senkaku y en China, islas Diaoyu, lo reclaman China, Japón y Taiwán; el segundo, Takeshima para los japoneses y Dokdo para los coreanos, está en litigio entre Corea del Sur y Japón.
Aunque estos diminutos afloramientos rocosos tienen poco valor material, la disputa sobre su pertenencia ha provocado un serio enfrentamiento internacional, con retiros de embajadores, masivas demostraciones antijaponesas en toda China (en las que se llegó a dañar a personas y propiedades japonesas) e intercambios de amenazas entre Tokio y Seúl. Incluso se habló de acciones militares.
A primera vista los hechos históricos son sencillos. Japón se apropió de las islas como parte de su proyecto de construcción imperial después de la guerra sinojaponesa de 1895 y la anexión de Corea en 1905. Antes de eso, la soberanía no está clara; en Takeshima/Dokdo había pescadores japoneses, y en China imperial se tenía algún conocimiento de las islas Senkaku/Diaoyu. Pero ningún Estado había hecho reclamos formales.
Las cosas se complicaron después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces se esperaba que Japón devolviera sus posesiones coloniales, pero Estados Unidos ocupó las islas Senkaku, junto con Okinawa, y en 1972 devolvió ambos territorios a Japón. Por su parte, los coreanos, llenos de rabia hacia Japón por casi medio siglo de colonización, tomaron las islas Dokdo sin preocuparse por la legitimidad de la acción.
Dada la brutalidad de la ocupación japonesa de Corea y China, es natural inclinarse por simpatizar con quienes fueron sus víctimas. La magnitud de las emociones que suscita esta disputa (algunos coreanos llegaron incluso a mutilarse para protestar contra Japón) parece indicar que las heridas dejadas por las acciones bélicas japonesas en Asia todavía están frescas. De hecho, el presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, usó la ocasión para demandar una disculpa formal del emperador japonés por la guerra y compensación económica para las coreanas que durante la guerra se vieron obligadas a servir a soldados japoneses en burdeles militares.
Lamentablemente, el gobierno japonés, a pesar de las abundantes pruebas indirectas e incluso documentales presentadas por historiadores de su país, ha adoptado una postura de negar la responsabilidad del régimen de tiempos de guerra en relación con este horroroso proyecto. Como es natural, esto no ha hecho más que exacerbar aún más las emociones en Corea.
Sin embargo, sería demasiado simplista adjudicar la disputa actual solamente a las heridas abiertas de la última guerra mundial. Por supuesto, los sentimientos nacionalistas (deliberadamente alentados en China, Corea y Japón) tienen que ver con la historia reciente, pero el trasfondo político es diferente en cada país. Como la prensa de los tres países se niega tozudamente a mostrar cualquier cosa que no sea el punto de vista 'nacional', ese trasfondo político nunca se explica debidamente.
En la actualidad, el gobierno comunista de China ya no puede usar para legitimarse la ideología marxista (por no hablar de la maoísta), porque China es un país autoritario capitalista, abierto para los negocios con otros países capitalistas (lo cual incluye profundas relaciones económicas con Japón). Por eso, a partir de los noventa el nacionalismo reemplazó al comunismo como justificación del régimen de partido único, lo cual demanda agitar los sentimientos antioccidentales (y sobre todo, antijaponeses). Esto no es difícil de hacer en China (dado el doloroso pasado del país) y suele servir para desviar la atención pública de las fallas y frustraciones de vivir en una dictadura.
En Corea del Sur, una de las herencias más dolorosas que dejó el período colonial japonés tiene que ver con la amplia colaboración que durante aquella época prestó la élite coreana. Sus descendientes todavía ocupan un lugar importante en el arco político conservador del país, razón por la cual la izquierda coreana reclama periódicamente purgas y castigos. Como el presidente Lee es un conservador relativamente pro japonés, los japoneses ven una especie de traición en sus recientes demandas de disculpas, dinero y reconocimiento de la soberanía coreana sobre las islas del mar de Japón. Pero precisamente por su imagen de conservador pro japonés, Lee necesita sacar a relucir sus credenciales nacionalistas, para que no se lo pueda acusar de colaboracionista. Su oposición política no es Japón, sino la izquierda coreana.
El uso de la guerra para avivar el sentimiento antijaponés en China y Corea molesta a los japoneses y suscita reacciones defensivas. Pero el nacionalismo japonés también se alimenta de ansiedades y frustraciones; en concreto, el temor al poder creciente de China y la dependencia total de Japón respecto de Estados Unidos para su seguridad nacional.
Para los conservadores japoneses, la constitución pacifista de posguerra, redactada por los estadounidenses en 1946, supone un humillante ataque a la soberanía japonesa. Ahora que China pone a prueba su poder creciente reclamando territorios, no solo en el mar de China Oriental, sino también en el de China Meridional, los nacionalistas japoneses insisten en que Japón debe actuar como gran potencia y mostrarse como un actor importante y totalmente preparado para defender su soberanía, incluso si se trata de unos pocos peñascos insignificantes.
Los intereses económicos de China, Corea y Japón están de tal modo vinculados que lo último que necesitan los tres países es entrar en un conflicto serio; pero los tres están haciendo todo lo posible para crearlo. Por motivos puramente internos, cada uno se dedica a manipular la historia de una guerra devastadora y suscitar pasiones que no pueden sino causar más daño.
En los tres países, políticos, comentaristas, activistas y periodistas se la pasan hablando del pasado, pero es una simple manipulación de la historia con fines políticos. Para cualquiera de ellos, lo que menos importa es la verdad.
Traducido por Esteban Flamini
Ian Buruma
Profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College. Además, autor de ¿Taming the Gods: Religion and Democracy on Three Continents' ['Amansar a los dioses: religión y democracia en tres continentes'].
Copyright: Project Syndicate, 2012.
www.project-syndicate.org 

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