Es una nota de Reuters que ha reproducido el global-imperial [1], afable, en general, y poco crítico con la industria nuclear y sus portavoces más destacados. Sirva esta información como excepción a sus reglas.
El nudo de la noticia: “reclutadores” contratados, free-lance o en nómina de “grandes” corporaciones buscan personas sin hogar que cobran menos del salario mínimo japonés para realizar tareas arriesgadas en la central siniestrada de Fukushima. Sin miramientos, sin obsolescencia humanista.
Un ejemplo. Seji Sasa recorre, antes de que amanezca, “la estación de tren de Sendai, una ciudad al norte de Japón, cada mañana”. Busca indigentes, personas que duermen entre cartones protegiéndose, intentándose proteger del frío del invierno nipón. No es, por supuesto, un trabajador social. Él es un liquidador… perdón, perdón, un reclutador quería decir. Las personas empobrecidas, desinformadas, desesperadas, al límite de todo, que malviven en esta estación de tren, son potenciales trabajadores (“peones” escribe Reuters, el mismo término –“peón no cualificado”- que se usaba para designar a trabajadores como mi padre en el fascismo español, el de Fraga y Samaranch), posibles “peones” decía, que Sasa el reclutador enviará a contratistas a Fukushima. La retribución que obtiene: 100 dólares por cabeza. Como en los carteles de recompensas de las película imperiales del Oeste.
De hecho, pensando fríamente, se trata de un procedimiento. Técnicamente impecable. Fuerza de trabajo más o menos legalmente contratada, salario mínimo en muchas ocasiones. Oferta y demanda. Me das, te doy. Trabajo, sin apenas protección (saldría más caro y eso no es económico), en la limpieza de residuos radiactivos. Hablamos, no hace falta recordarlo, de la tercera economía del mundo, hasta hace poco la segunda, un referente para muchas corporaciones y para numerosos países, una de las vanguardias tecnológicas del mundo, la productora de muchos de los cachivaches que pululan por las ciudades de las grandes megalópolis (nuestras antiguas ciudades).
Un “argumento” subyace a la situación o permanece en la recámara por si fuera conveniente airearlo: puestos a correr riegos, a veces es inevitable, ¿por qué no arriesgar la vida de los que tienen menos salud, menos vida por delante, una vida menos satisfactoria? ¿No vale su vida menos, mucho menos, que la de los otros si hablamos con franqueza económica-existencial? De hecho, el esfuerzo realizado en Fukushima “se ve dificultado por la falta de supervisión y la escasez de trabajadores”. Si es así -¡y es así!-, ¿cuál es entonces la pega?
En enero, octubre y noviembre de 2013, “gangsters japoneses fueron detenidos y acusados de infiltrarse en la red de subcontratas de descontaminación del gigante de la construcción Obayashi Corp” y también de enviar, ilegalmente por supuesto (¡las leyes están para ser trasgredidas!), “a trabajadores al proyecto financiado por el Gobierno”. El pasado octubre, Sasa el liquidador-reclutador “reclutó a varios sin techo en la estación de tren, que después terminaron limpiando el suelo y escombros radiactivos en la ciudad de Fukushima por menos del salario mínimo”, según la policía y los relatos de las propias personas involucradas. ¿Algún problema, algo que objetar? Sasa es un profesional como una casa (de don Millet) de grande, como aquellos que retrataba mister Tarantino, otro profesional, en Pulp Fiction. ¿No admiramos acaso los buenos profesionales? ¿No agradecemos con cara entusiasmada la calidad y eficacia de sus trabajos? El de Sasa es uno más… y necesario. La vida es dura, no es un lugar para débiles.
Las personas contratadas, comenta Reuters, “acababan trabajando, a través de una cadena de tres empresas intermediarias, para Obayashi”. La corporación en cuestión es una de las más de 20 principales constructoras involucradas en los proyectos del Gobierno japonés para eliminar la radiación. ¿Cuál es la pega entonces? ¡Hablamos del gobierno japonés!
La ola de detenciones ha demostrado “que los miembros de las organizaciones criminales más grandes de Japón –Yamaguchi-gumi, Sumiyoshi-kai e Inagawa-kai- habían establecido agencias de reclutamiento en el mercado negro al servicio de Obayashi”. Desde luego, ni la empresa, ni TEPCO, ni el gobierno japonés sabían nada de eso. ¡Nada ni nadie es perfecto! Lean, lean las condolencias: “Estamos tomándonos muy en serio el hecho de que estos incidentes siguen sucediéndose uno detrás de otro”. Lo ha declarado Junichi Ichikawa, un portavoz de Obayashi. Y no sólo eso: la compañía, la humanista empresa constructora, ajustó el control de sus subcontratistas menores con el fin de excluir a los delincuentes (yakuza). La preocupación por los derechos laborales siempre ha estado en el puesto de mando. Eso sí, añadió Ichikawa: “Había aspectos de lo que habíamos estado haciendo que no fueron lo suficientemente lejos”. ¡Mecachis en la mar! Bueno, todo se andará.
Parte del problema de controlar el dinero de los contribuyentes en Fukushima, señala Reuters, “es el gran número de empresas involucradas en la descontaminación”: desde los principales contratistas que lideran el mercado hasta los pequeños subcontratistas. Desconocemos el número total, el sistema es complejo, muy complejo. Pero tenemos algunos indicios: “en las diez ciudades más contaminadas y en una carretera que recorre el norte más allá de las puertas de la planta destruida en Fukushima, Reuters advirtió que 733 empresas estaban trabajando para el Ministerio de Medio Ambiente”. ¡Más de setecientas! ¿No es este el plan estratégico de todas las corporaciones que se precian en este maravilloso mundo del capital global y tal? ¡A subcontratar, a subcontratara, hasta explotar a peones, a escoria humana, en la tierra y en el mar!
Reuters contó también 56 subcontratistas que figuran en las listas del Ministerio de Medio Ambiente nipón -sus contratos suman 2.500 millones de dólares- en las áreas con más radiactividad. Al no haber sido aprobadas por el Ministerio de la Construcción, “no hubieran podido conseguir licitaciones en cualquier otra obra pública”. Pero la realidad impone sus normas y genera cambios legislativos. ¡Como está mandado! Una ley de 2011, la que regula la descontaminación, puso bajo el control del Ministerio de Medio Ambiente “el mayor programa de gasto administrado nunca por esta institución”. ¡Ya está, arreglado! Esa misma norma rebajó los controles sobre los licitadores “haciendo posible que las compañías ganaran contratos de limpieza de radiación sin la básica publicación de los mismos y el certificado requerido para participar en trabajos públicos como la construcción de carreteras”. No había que ponerse estupendos, no hay que ser tan exquisitos, no son tiempos, nunca lo fueron, de líricas estúpidas. ¡Directos al corazón de la obra y de las tinieblas si es necesario! ¡Los derechos laborales, mirados sin prejuicios, son obstáculos a la modernidad imparable, a la búsqueda del beneficio y la acumulación sin límite! ¡Son obsoletas reclamaciones de hombrecitos y mujercitas débiles y estúpidos!
Reuters “encontró cinco empresas trabajando para el Ministerio de Medio Ambiente que no pudieron ser identificadas”. No estaban registradas en el Ministerio de la Construcción. “No consta su número de teléfono o página web” y no se pudo “encontrar un simple registro corporativo que revele su dueño”. Tampoco había registro de esas empresas en la base de datos de la Teikoku Databank, principal empresa de investigación de crédito. ¿Y qué, qué pasa? Todo claro, diáfano, limpio, humanista, integrador, como el capitalismo mismo, eso sí, en la medida de lo posible. ¡Sólo en esa medida! Lo otro es irracionalismo enrojecido.
En síntesis: ¡qué maravilla la lluvia en Sevilla y el trabajo radiactivo en Fukushima! ¿A qué era y sigue siendo una industria segura, eficaz, humanista, con garantías garantizadas, simpática, científicamente impecable, con buen rollo?
¡Cuanta razón tenía la asesinada Rosa Luxemburg: socialismo o barbarie! ¡Cuántas razones esgrimía Francisco Fernández Buey cuando insistía en las dimensiones antihumanistas del capitalismo sin bridas, sin principios y con la obsolescencia del ser humano-trabajador por bandera y en su programa del día a día! Y así, sin alteraciones, hasta el desastre final a no ser que los desfavorecidos del mundo griten, gritemos: ¡ni un paso atrás! , ¡no en nuestro nombre! ¡A por ellos! No hay otra alternativa.
Nota:
[1] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/30/actualidad/1388428242_330917.html
Salvador López Arnal es nieto del cenetista asesinado en mayo de 1939 –delito: “rebelión militar”-: José Arnal Cerezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
El nudo de la noticia: “reclutadores” contratados, free-lance o en nómina de “grandes” corporaciones buscan personas sin hogar que cobran menos del salario mínimo japonés para realizar tareas arriesgadas en la central siniestrada de Fukushima. Sin miramientos, sin obsolescencia humanista.
Un ejemplo. Seji Sasa recorre, antes de que amanezca, “la estación de tren de Sendai, una ciudad al norte de Japón, cada mañana”. Busca indigentes, personas que duermen entre cartones protegiéndose, intentándose proteger del frío del invierno nipón. No es, por supuesto, un trabajador social. Él es un liquidador… perdón, perdón, un reclutador quería decir. Las personas empobrecidas, desinformadas, desesperadas, al límite de todo, que malviven en esta estación de tren, son potenciales trabajadores (“peones” escribe Reuters, el mismo término –“peón no cualificado”- que se usaba para designar a trabajadores como mi padre en el fascismo español, el de Fraga y Samaranch), posibles “peones” decía, que Sasa el reclutador enviará a contratistas a Fukushima. La retribución que obtiene: 100 dólares por cabeza. Como en los carteles de recompensas de las película imperiales del Oeste.
De hecho, pensando fríamente, se trata de un procedimiento. Técnicamente impecable. Fuerza de trabajo más o menos legalmente contratada, salario mínimo en muchas ocasiones. Oferta y demanda. Me das, te doy. Trabajo, sin apenas protección (saldría más caro y eso no es económico), en la limpieza de residuos radiactivos. Hablamos, no hace falta recordarlo, de la tercera economía del mundo, hasta hace poco la segunda, un referente para muchas corporaciones y para numerosos países, una de las vanguardias tecnológicas del mundo, la productora de muchos de los cachivaches que pululan por las ciudades de las grandes megalópolis (nuestras antiguas ciudades).
Un “argumento” subyace a la situación o permanece en la recámara por si fuera conveniente airearlo: puestos a correr riegos, a veces es inevitable, ¿por qué no arriesgar la vida de los que tienen menos salud, menos vida por delante, una vida menos satisfactoria? ¿No vale su vida menos, mucho menos, que la de los otros si hablamos con franqueza económica-existencial? De hecho, el esfuerzo realizado en Fukushima “se ve dificultado por la falta de supervisión y la escasez de trabajadores”. Si es así -¡y es así!-, ¿cuál es entonces la pega?
En enero, octubre y noviembre de 2013, “gangsters japoneses fueron detenidos y acusados de infiltrarse en la red de subcontratas de descontaminación del gigante de la construcción Obayashi Corp” y también de enviar, ilegalmente por supuesto (¡las leyes están para ser trasgredidas!), “a trabajadores al proyecto financiado por el Gobierno”. El pasado octubre, Sasa el liquidador-reclutador “reclutó a varios sin techo en la estación de tren, que después terminaron limpiando el suelo y escombros radiactivos en la ciudad de Fukushima por menos del salario mínimo”, según la policía y los relatos de las propias personas involucradas. ¿Algún problema, algo que objetar? Sasa es un profesional como una casa (de don Millet) de grande, como aquellos que retrataba mister Tarantino, otro profesional, en Pulp Fiction. ¿No admiramos acaso los buenos profesionales? ¿No agradecemos con cara entusiasmada la calidad y eficacia de sus trabajos? El de Sasa es uno más… y necesario. La vida es dura, no es un lugar para débiles.
Las personas contratadas, comenta Reuters, “acababan trabajando, a través de una cadena de tres empresas intermediarias, para Obayashi”. La corporación en cuestión es una de las más de 20 principales constructoras involucradas en los proyectos del Gobierno japonés para eliminar la radiación. ¿Cuál es la pega entonces? ¡Hablamos del gobierno japonés!
La ola de detenciones ha demostrado “que los miembros de las organizaciones criminales más grandes de Japón –Yamaguchi-gumi, Sumiyoshi-kai e Inagawa-kai- habían establecido agencias de reclutamiento en el mercado negro al servicio de Obayashi”. Desde luego, ni la empresa, ni TEPCO, ni el gobierno japonés sabían nada de eso. ¡Nada ni nadie es perfecto! Lean, lean las condolencias: “Estamos tomándonos muy en serio el hecho de que estos incidentes siguen sucediéndose uno detrás de otro”. Lo ha declarado Junichi Ichikawa, un portavoz de Obayashi. Y no sólo eso: la compañía, la humanista empresa constructora, ajustó el control de sus subcontratistas menores con el fin de excluir a los delincuentes (yakuza). La preocupación por los derechos laborales siempre ha estado en el puesto de mando. Eso sí, añadió Ichikawa: “Había aspectos de lo que habíamos estado haciendo que no fueron lo suficientemente lejos”. ¡Mecachis en la mar! Bueno, todo se andará.
Parte del problema de controlar el dinero de los contribuyentes en Fukushima, señala Reuters, “es el gran número de empresas involucradas en la descontaminación”: desde los principales contratistas que lideran el mercado hasta los pequeños subcontratistas. Desconocemos el número total, el sistema es complejo, muy complejo. Pero tenemos algunos indicios: “en las diez ciudades más contaminadas y en una carretera que recorre el norte más allá de las puertas de la planta destruida en Fukushima, Reuters advirtió que 733 empresas estaban trabajando para el Ministerio de Medio Ambiente”. ¡Más de setecientas! ¿No es este el plan estratégico de todas las corporaciones que se precian en este maravilloso mundo del capital global y tal? ¡A subcontratar, a subcontratara, hasta explotar a peones, a escoria humana, en la tierra y en el mar!
Reuters contó también 56 subcontratistas que figuran en las listas del Ministerio de Medio Ambiente nipón -sus contratos suman 2.500 millones de dólares- en las áreas con más radiactividad. Al no haber sido aprobadas por el Ministerio de la Construcción, “no hubieran podido conseguir licitaciones en cualquier otra obra pública”. Pero la realidad impone sus normas y genera cambios legislativos. ¡Como está mandado! Una ley de 2011, la que regula la descontaminación, puso bajo el control del Ministerio de Medio Ambiente “el mayor programa de gasto administrado nunca por esta institución”. ¡Ya está, arreglado! Esa misma norma rebajó los controles sobre los licitadores “haciendo posible que las compañías ganaran contratos de limpieza de radiación sin la básica publicación de los mismos y el certificado requerido para participar en trabajos públicos como la construcción de carreteras”. No había que ponerse estupendos, no hay que ser tan exquisitos, no son tiempos, nunca lo fueron, de líricas estúpidas. ¡Directos al corazón de la obra y de las tinieblas si es necesario! ¡Los derechos laborales, mirados sin prejuicios, son obstáculos a la modernidad imparable, a la búsqueda del beneficio y la acumulación sin límite! ¡Son obsoletas reclamaciones de hombrecitos y mujercitas débiles y estúpidos!
Reuters “encontró cinco empresas trabajando para el Ministerio de Medio Ambiente que no pudieron ser identificadas”. No estaban registradas en el Ministerio de la Construcción. “No consta su número de teléfono o página web” y no se pudo “encontrar un simple registro corporativo que revele su dueño”. Tampoco había registro de esas empresas en la base de datos de la Teikoku Databank, principal empresa de investigación de crédito. ¿Y qué, qué pasa? Todo claro, diáfano, limpio, humanista, integrador, como el capitalismo mismo, eso sí, en la medida de lo posible. ¡Sólo en esa medida! Lo otro es irracionalismo enrojecido.
En síntesis: ¡qué maravilla la lluvia en Sevilla y el trabajo radiactivo en Fukushima! ¿A qué era y sigue siendo una industria segura, eficaz, humanista, con garantías garantizadas, simpática, científicamente impecable, con buen rollo?
¡Cuanta razón tenía la asesinada Rosa Luxemburg: socialismo o barbarie! ¡Cuántas razones esgrimía Francisco Fernández Buey cuando insistía en las dimensiones antihumanistas del capitalismo sin bridas, sin principios y con la obsolescencia del ser humano-trabajador por bandera y en su programa del día a día! Y así, sin alteraciones, hasta el desastre final a no ser que los desfavorecidos del mundo griten, gritemos: ¡ni un paso atrás! , ¡no en nuestro nombre! ¡A por ellos! No hay otra alternativa.
Nota:
[1] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/30/actualidad/1388428242_330917.html
Salvador López Arnal es nieto del cenetista asesinado en mayo de 1939 –delito: “rebelión militar”-: José Arnal Cerezuela.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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