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El cambio del clima en el planeta, que se torna cada vez más patente, ha inducido a muchos a pensar si podría el hombre asumir el control de los procesos climáticos globales.
Los geoingenieros, que se dedican a la manipulación a gran escala de los ecosistemas del planeta para cambiar el clima, proponen distintos métodos, que con su ayuda, se podría manejar el tiempo atmosférico en la Tierra tan fácil, como por ejemplo, regular el aire acondicionado en una habitación. Los ecólogos temen que tal intromisión del hombre acarrearía consecuencias catastróficas.
El término de moda, la “geoingeniería”, supone la injerencia radical del hombre en los procesos naturales. Los partidarios de la relativamente nueva ciencia proponen lanzar a la órbita un espejo que refleje los rayos solares, plantar el Sahara con eucaliptos a fin de que atraigan humedad, bombear gas carbónico en depósitos subterráneos y, como si esto fuera poco, con barcos especiales evaporar el agua de mar y crear así nubes blancas.
Hay que decir que estos métodos son sugeridos por la propia naturaleza. Hace tiempo, por ejemplo, que los científicos notaron que después de la erupción de un volcán, cuando a la atmósfera va a dar una cantidad gigantesca de sustancias menudas se forma una singular cortina que bloquea el paso de los rayos solares a la Tierra. Y como consecuencia, la temperatura disminuye. El académico Yuri Israel, director del Instituto de Clima Global y de Ecología asegura que, si con la ayuda de aviones se esparce en la estratósfera unas seiscientos mil toneladas de partículas de aerosol que contengan dióxido de azufre, la temperatura podría bajar en uno o dos grados.
Desde el punto de vista de las bases de la Física, es posible realmente influir en el clima. Pero, lo peligroso de tal injerencia en la naturaleza consiste en que las consecuencias pueden ser catastróficas, señala Alexei Kokorin, director del programa “Clima y Energía” de la Fundación Mundial de la Naturaleza de Rusia:
—Si vamos a hacer algo que vaya a reflejar la radiación solar, por ejemplo un espejo de menudas partículas de agua ínfimas, la denominada pantalla de sulfato, o un espejo que nos proteja del Sol, la redistribución de la radiación solar entre los polos y el ecuador puede cambiar y ese proceso detonará un nuevo período glacial. De ahí que la conclusión de los científicos es que no deben llevarse a cabo experimentos de gran escala en la naturaleza.
Y sin embargo, se escuchan con frecuencia voces de apoyo a proyectos de la geoingeniería. Lo principal que atrae de ellos es la simpleza en la solución del problema. Es más, muchos economistas calculan esas tecnologías como las más eficaces. Y es que un resultado patente podría alcanzarse no dentro de diez o de cien años, como supone el mismo Protocolo de Kioto, sino dentro de dos o tres años.
Serguéi Abakián, profesor de la Universidad Politécnica de San Petersburgo considera que, si vamos a entrometernos en la vida de la Tierra, que sea con los medios más inofensivos. Por ejemplo, plantando bosques:
—Es necesario plantar bosques, tanto mejor los boreales, de la taiga, que trabajan en la acumulación de gas carbónico a través de la fotosíntesis. Ellos existen solo en el hemisferio norte, en Rusia y en Canadá. La plantación de tales bosques, y no su tala, puede desempeñar, realmente, un papel notable. Y los cálculos sobre el particular existen.
Los críticos de los métodos de la geoingeniería apuntan a otra circunstancia más. La humanidad no está de momento preparada para una injerencia radical en los procesos climáticos. No existen tratados internacionales algunos que regulen tales proyectos.
En tanto, la geoingeniería, como tema científico, tiene derecho a la existencia. Expertos consideran que prohibir las investigaciones en este campo sería la peor política. El debate abierto servirá justamente para sopesar los pro y los contra.
sb/as/er
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