60 años de razones antinucleares a 28 años del accidente de Chernóbil
La inseguridad sin fronteras
Hoy se cumplen 28 años del accidente de la central de Chernóbil, con unas consecuencias devastadoras que siguen teniendo efecto en la actualidad. El siniestro demostró que la energía nuclear es sucia, cara y peligrosa: el siniestro se suma a muchos otros de gravedad en los sesenta años de historia de las centrales nucleares, que también se cumplen este año. Un aniversario en el que Ecologistas en Acción destaca la necesidad de abandonar una energía para la que nunca se podrá lograr un nivel de seguridad adecuado.
El día 26 de abril de 1986, se produjo el accidente nuclear más grave de la historia en la central Chernóbil, a 90 kilómetros de Kiev (Ucrania). Este accidente nuclear puso en evidencia la peligrosidad de esta fuente de energía, puesto que tuvo y tiene todavía unos efectos devastadores. Una nube radiactiva surcó Europa y llegó hasta el norte de España y un territorio equivalente a la tercera parte de la península resultó contaminado con plutonio en Ucrania, Rusia y Bielorusia. El número de víctimas directas e indirectas alcanza los 200.000 muertos según la Academia de Ciencias Rusa y 165.000 según la aseguradora Swiss Re. El accidente de Chernóbil además demostró que la inseguridad de las centrales nucleares no solo afecta al país que se aprovecha de su energía sino que los efectos de un accidente pueden afectar a territorios y personas situados a miles de kilómetros, lo que todavía convierte en más peligroso el intento de extender la energía nuclear en el mundo. En la actualidad, la central de Chernóbil supone una amenaza dado el mal estado en que se encuentra el sarcófago, que ha sufrido derrumbes y amenaza con dejar al descubierto el combustible gastado con la consiguiente fuga de radiactividad. La construcción de un nuevo sarcófago que cubra al actual, costaría unos 1.000 millones de euros y se demoraría hasta más allá de 2020.
En este 2014 se cumplen además sesenta años de la puesta en marcha de la primera central nuclear. En esas seis décadas se han producido una treintena de accidentes, que alcanzan niveles de 3 a 7 en la escala INES de sucesos nucleares, que va de los niveles 0 (anomalía) a 7 (accidente grave). Los más graves y conocidos son el de Fukushima (Japón, 2011), Chernóbil (Ucrania, 1986), Harrisburg (EEUU, 1979) y Winscale (Inglaterra, 1954), pero a estos habría que sumar los recientes de Tokaimura en Japón, con al menos cuatro muertos, o el de Tricastin en Francia, con un trabajador muerto. Además de estos accidentes, a lo largo de estos sesenta años se han producido miles de incidentes entre los niveles 0 y 2. Todos estos sucesos vienen a demostrar que la energía nuclear es inherentemente insegura y que los accidentes dan lugar a consecuencias devastadoras que perviven en el tiempo y alcanzan distancias muy lejanas a la central siniestrada.
Esta peligrosidad es motivo suficiente para abandonar la energía nuclear y apostar por fuentes de energía más limpias y seguras. Las renovables están ya en condiciones de jugar un papel decisivo en el suministro energético. De hecho, en España, las renovables aportan ya el 40% de la electricidad consumida y en particular la eólica supera ya a la aportación nuclear. En nuestro país tenemos exceso de potencia instalada lo que permite proceder al cierre de las nucleares sin desatender el suministro.
El día 26 de abril de 1986, se produjo el accidente nuclear más grave de la historia en la central Chernóbil, a 90 kilómetros de Kiev (Ucrania). Este accidente nuclear puso en evidencia la peligrosidad de esta fuente de energía, puesto que tuvo y tiene todavía unos efectos devastadores. Una nube radiactiva surcó Europa y llegó hasta el norte de España y un territorio equivalente a la tercera parte de la península resultó contaminado con plutonio en Ucrania, Rusia y Bielorusia. El número de víctimas directas e indirectas alcanza los 200.000 muertos según la Academia de Ciencias Rusa y 165.000 según la aseguradora Swiss Re. El accidente de Chernóbil además demostró que la inseguridad de las centrales nucleares no solo afecta al país que se aprovecha de su energía sino que los efectos de un accidente pueden afectar a territorios y personas situados a miles de kilómetros, lo que todavía convierte en más peligroso el intento de extender la energía nuclear en el mundo. En la actualidad, la central de Chernóbil supone una amenaza dado el mal estado en que se encuentra el sarcófago, que ha sufrido derrumbes y amenaza con dejar al descubierto el combustible gastado con la consiguiente fuga de radiactividad. La construcción de un nuevo sarcófago que cubra al actual, costaría unos 1.000 millones de euros y se demoraría hasta más allá de 2020.
En este 2014 se cumplen además sesenta años de la puesta en marcha de la primera central nuclear. En esas seis décadas se han producido una treintena de accidentes, que alcanzan niveles de 3 a 7 en la escala INES de sucesos nucleares, que va de los niveles 0 (anomalía) a 7 (accidente grave). Los más graves y conocidos son el de Fukushima (Japón, 2011), Chernóbil (Ucrania, 1986), Harrisburg (EEUU, 1979) y Winscale (Inglaterra, 1954), pero a estos habría que sumar los recientes de Tokaimura en Japón, con al menos cuatro muertos, o el de Tricastin en Francia, con un trabajador muerto. Además de estos accidentes, a lo largo de estos sesenta años se han producido miles de incidentes entre los niveles 0 y 2. Todos estos sucesos vienen a demostrar que la energía nuclear es inherentemente insegura y que los accidentes dan lugar a consecuencias devastadoras que perviven en el tiempo y alcanzan distancias muy lejanas a la central siniestrada.
Esta peligrosidad es motivo suficiente para abandonar la energía nuclear y apostar por fuentes de energía más limpias y seguras. Las renovables están ya en condiciones de jugar un papel decisivo en el suministro energético. De hecho, en España, las renovables aportan ya el 40% de la electricidad consumida y en particular la eólica supera ya a la aportación nuclear. En nuestro país tenemos exceso de potencia instalada lo que permite proceder al cierre de las nucleares sin desatender el suministro.
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