El 9 de Noviembre de 1989 se derribaba el Muro de Berlín, símbolo hasta entonces de la falta de libertad de movimiento entre fronteras de los individuos. Todo el mundo celebraba con júbilo su desaparición y el inicio de una nueva época de libertades que sin embargo tardaría muy poco en defraudar tales expectativas. La reunificación de Alemania fue un proceso duro y de grandes sacrificios para ambas partes y la posterior caída del denominado “telón de acero” traería el caos en la antigua URSS y en Occidente, la aparición de la “globalización” de mano del neoliberalismo o capitalismo salvaje; el hipotético enemigo había sucumbido y ya no había motivos para seguir haciendo concesiones. Se volvía al capitalismo del siglo XIX sin derechos para los trabajadores y debilitando a las clases medias en pos de una clase rica cada vez más reducida, pero mucho más poderosa. Las fronteras para el capital habían desaparecido, pero no para las personas.
En medio de este proceso, un nuevo muro se empezaba a construir el 23 de Junio de 2002; el muro de Israel, también conocido como“el muro de la vergüenza”, para sitiar aún más si cabía, al pueblo palestino. Otras fronteras sin vallas también se levantaban para impedir el acceso de los ciudadanos de países empobrecidos por los países ricos a sus propios países para poder trabajar y vivir dignamente, porque en el suyo no podían o estaban sumergidos en guerras patrocinadas por esos mismos países. Así nacieron los llamados espaldas mojadas, los ilegales, los sin papeles, aprovechados como mano de obra barata por un lado y que enriquecían mafias dedicadas al tráfico de personas.
No se pueden poner puertas al campo
España no fue una excepción, y junto a Israel, también levantó una muralla de la vergüenza para intentar frenar lo que no se puede impedir por mucha valla, alambrada o concertina que se ponga. No es posible detener la desesperación que empuja al hambriento, al que nada tiene que perder porque nada tiene, a sobrevivir. Las murallas no sirven para frenar la entrada de inmigrantes, sino para hacerla más dolorosa, para provocar muertes innecesarias, en ocasiones faltando a los Derechos Humanos.
No se trata – como ha espetado algún estulto – de poner azafatas para dar la bienvenida a los inmigrantes, sino de cumplir con el respeto a los Derechos Humanos y saber utilizar la cabeza. El porcentaje de inmigrantes que entran en España en patera y por Ceuta y Melilla, representa tan solo el 5% de los que entran en España, y la mayoría de ellos si siquiera desean quedarse aquí, sino que su destino es otro país de la Unión Europea. La gran mayoría de inmigrantes, lo hacen por carretera o en avión, y los que vinieron aquí en otro momento, no crearon ningún problema ni aumento de la delincuencia, sino riqueza y mano de obra (eso sí, barata y bien aprovechada por un empresariado falto de escrúpulos) de la que no disponíamos. En estos momentos son más los inmigrantes que se van que los que entran. ¡A qué viene entonces ese comportamiento habido en Ceuta!
La propia Comunidad Europea, que dicho sea de paso, también debería de preocuparse de este problema y no dejarlo en manos de los países mediterráneos que son los que lo sufren, ha pedido explicaciones sobre los hechos. En contra de lo que dicen los de costumbre, nadie acusa a la Guardia Civil de haber disparado contra gente indefensa en el agua – acto criminal que debe de investigarse – sino a quienes dieron la orden de hacerlo. ¿Quién fue el responsable o responsables directos de ello? ¿El Director de la Guardia Civil, el Ministro de Interior o vino directamente de Presidencia de Gobierno? Se han de depurar responsabilidades y deben de producirse ceses o en su defecto, dimisiones, pero tranquilos, que estamos en España y un nuevo escándalo vendrá a tapar este en pocos días.
Estando como estamos,
¿quién se va a querer quedar aquí?
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