Se acaba de re-editar el libro ONU, historia de la corrupción, del periodista y escritor Eric Frattini, donde expone los resultados de sus investigaciones sobre el oscuro entramado de intereses que se esconden detrás de la organización llamada a garantizar la paz, la seguridad y el desarrollo en el mundo pero que, según los datos delInstitute for Global Ethics citados por el autor, es uno de los mayores centros de corrupción del mundo occidental.
El principal problema surge en la misma configuración de inicio de la organización.
Desde su fundación, en 1945, la ONU cuenta con un Consejo de Seguridad en el que cinco miembros permanentes tienen derecho de veto:
Estados Unidos Rusia Reino Unido Francia China
De manera que cualquier propuesta lanzada por cualquiera de los 193 países que actualmente la integran puede ser rechazada por uno solo de los cinco países mencionados.
Es fácil suponer, por tanto, que sólo tienen salidas aquellas resoluciones que no atentan contra los intereses nacionales de los susodichos.
El Secretariado de la ONU está formado por altos funcionarios cuyos accesos al cargo se basan en una elección por parte de los miembros integrantes, es decir, no se someten a examen objetivo sus condiciones profesionales o siquiera personales.
Esto permite, además del enchufismo claro de tal sistema, que la corrupción pueda ser premiada.
Así, es posible captar a los delegados nacionales y hacerles votar en contra de lo que su propio país pueda determinar, ya que, una vez desobedecen las órdenes del gobierno en cuestión, a los delegados que se han prestado al juego les espera la expulsión del cuerpo diplomático de la nación afectada, pero está actitud será premiada por parte del Secretariado con un puesto de altos funcionarios y su adscripción a alguna de las agencias que dependen de las Naciones Unidas.
A este respecto, cabe recordar el artículo dedicado a los sicarios económicos, donde se explicaba la compra de votos nacionales dentro de la ONU mediante otras estratagemas más “sutiles”.
El caso es que hasta la propia construcción de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York tiene su aquel.
Para empezar, el principal apoyo económico provino de un alma caritativa donde las haya, John D. Rockefeller Junior, quien donó 8,5 millones de dólares de la época (1952) para la adquisición de los terrenos y el diseño del edificio, sin duda interesado en la creación de un mundo libre y próspero ajeno a todo interés personal… o familiar.
La zona en cuestión era un solar de los suburbios despreciado en aquella época, Turtle Bay, pero en cuestión de años se convertiría en una de las áreas más caras del mundo.
Esta revalorización hizo millonarios a muchos que, poco antes de la decisión final sobre donde fijar la sede, adquirieron acciones de la compañía propietaria de los terrenos.
Ni que decir tiene que gran cantidad de estos agraciados videntes eran funcionarios de la Organización.
Los casos personales de corrupción forman una lista interminable a lo largo de los sesenta y cinco años de existencia de la misma, de los cuales Frattini aporta abundantes ejemplos.
Pero una de los hechos más llamativos y que realmente hacen cuestionar el papel de la ONU es su interminable empeño por garantizar su neutralidad e imparcialidad.
Tal obsesión, en principio loable, ha hecho que su defensa de la paz y los derechos humanos también esté condicionada a dicho lema, de manera que, entre la paz y la guerra, también se mantiene neutral para “no equivocarse”.
Esto ha permitido que sean posibles genocidios como el de Ruanda en 1994 o el de Sbrenicka en 1995. 800.000 muertos en el primero y 8.000 en el segundo, con cascos azules como testigos pero sin posibilidad de actuación, puesto que lo más importante, al parecer, era preservar la “integridad” de las Naciones Unidas como “arbitro imparcial” de conflictos. Sin embargo, la cosa cambia cuando se trata de diplomáticos adscritos a la Organización. Entonces, se pone en marcha toda una máquina burocrática dispuesta a resolver el conflicto en el menor tiempo posible. Tal es el caso de la lucha que mantuvieron en los años 90 el secretario general Butros Ghali y el alcalde la ciudad Rudolph Giuliani a cuenta de las infracciones de tráfico.
En estos casos, la “imparcialidad” y la “neutralidad” pierden peso.
Tal y como cuenta Frattini:
En septiembre de 1996, una larga fila de lujosos automóviles con matrículas diplomáticas pertenecientes a altos funcionarios de la ONU aparecían estacionados cerca de un famoso y céntrico restaurante de la ciudad.Varios de los diplomáticos habían aparcado sus vehículos tapando los portones de salida de un cuartel de bomberos. Sobre las once de la noche, las sirenas de emergencia comenzaron a sonar, pero la sorpresa fue mayúscula cuando al abrirse las grandes puertas los camiones-cisterna no pudieron salir al estar taponadas las salidas por los vehículos diplomáticos.El comandante del cuartel decidió entonces tomarse la justicia por su mano y, tras subirse a uno de los vehículos, ordenó embestir repetidamente a cada uno de los coches que tapaban las entradas.En pocos minutos, los camiones de bomberos pudieron salir de los hangares, dejando tras de sí un amasijo de hierros retorcidos coronados por símbolos de la ONU en sus negros y lustrosos salpicaderos.La sorpresa fue mayúscula cuando terminó la cena y los funcionarios onusianos encontraron sus vehículos destrozados en mitad de la calzada. Al entender lo que había ocurrido, muchos de ellos llamaron a la policía para presentar denuncia contra los responsables del cuartel de bomberos.Lo que en un principio podía ser un simple incidente se convirtió en pocas horas en un conflicto internacional que afectó a la Alcaldía de Nueva York, al Secretariado General de las Naciones Unidas, al Departamento de Estado y a la Casa Blanca.
Está claro que no es lo mismo la muerte de casi un millón de personas que el destrozo de unos cuantos coches de lujo. Y eso es algo que saben valorar en la ONU…
¿Y qué pasa cuando se descubre un caso de corrupción?
Básicamente, se pide perdón, se asume cierta culpa por “desconocimiento” de lo que estaba pasando y poco más. A los implicados se les aparta del cargo pero, siempre hay un pero, ya sea por incompetencia o actitud ilícita seguirán cobrando sus jubilaciones o bien se les nombrará “asesores especiales” de alguna agencia o del propio secretariado, de manera que seguirán en nómina y accederán al cobro de las suculentas dietas de rigor.
Hay casos de derroches tales que, al no saber qué hacer con el personal adscrito, siguen existiendo comités “temporales” como el denominado “Comité de descolonización”, creado en 1961 para supervisar los procesos de nacionalización de las antiguas colonias…
A ello se suma la inoperancia de las agencias. En el ACNUR (Alto Comisionado para los Refugiados), por ejemplo, son continuas las denuncias por el desvío de ayudas y la existencia de mercados negros de alimentos y productos de primera necesidad dentro de los campamentos de refugiados.
De la misma manera, se han destapado acciones habituales de cobrar por facilitar el exilio a refugiados políticos (hasta 4.000 euros por persona).
En cuanto a la honorable UNICEF, en su día se desveló que, de 100 ONG´s colaboradoras con la agencia encargada de la protección de los niños por todo el mundo, sólo existían 23.
Las donaciones dirigidas a las 77 restantes caían en manos de funcionarios…
Por no olvidarnos, claro está, de la famosa UNSCOM, la agencia destinada a la inspección de instalaciones en busca de armas nucleares, químicas y biológicas, la cual dio su visto bueno a la invasión de Irak al afirmar que existían tales peligros en aquel país. Posteriormente, cuando hubo de reconocerse que no había tales instalaciones, la cosa quedó en un “nos hemos equivocado, qué pena”. En cuanto a las acusaciones que pesan sobre la UNSCOM de haber sido utilizada como títere manipulado por la CIA y el Mossad, cosas de conspiranoicos, por supuesto…
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